Digamos que el pequeño Celino acaba de llegar del cine. Está
furibundo, perturbado. La rabia le sale a borbotones, así que irrumpe -raudo y desquiciado-
en el estudio del buen Miki, su padre. Con lágrimas de impotencia surcándole el
rostro, el pequeño Celino se deshace en un relato lacrimógeno: Celino y sus
amigos han sido agredidos cobardemente por una pareja a la que poco le importó
que sus enemigos de turnos fueran inocentes púberes. Adolescentes imberbes, que
no hacían más que reírse y susurrar durante la función de alguna película de
acción que de todos modos no valía la pena. Alguna risa exagerada ofuscó a la
mujer detrás del grupete, y esto habría desencadenado su furia. Al pobre Celino
le habría tocado la peor parte: un par de lapos, una sonora cachetada y una
jalada de pelo que colmó la paciencia de los pequeños cinéfilos.
Miki, aturdido y presionado por la indignación de su retoño,
no tiene más remedio levantarse de su silla giratoria y abandonar su estudio de
música, para dirigirse a la comisaría más cercana. El niño-púber-adolescente
(según convenga) acaba de amenazar a papá con contarle el incidente -con pelos
y señas- a su señora madre. Miki sabe mucho de los arranques de la señora, así
que cede y entiende que su tranquilidad depende de qué tan bueno sea con su
hijo. Entonces, siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Celino (que a
estas alturas ha dejado de ser un inocente púber para convertirse en un
aplomado y maduro adolescente), papa Miki entabla una denuncia, en la que acusa
a una pareja de haber agredido cobardemente a su hijo. Luego de relatar los
hechos, el policía de turno muestra a Miki un papel impreso, en el que se lee
la denuncia que acaba de suscribir. Miki la lee con detenimiento, hace un
ademán de afirmación, y cree que todo ha terminado.
El caso es que Celino heredó –en mala hora- el temperamento
de mamá Gorrión. Y mientras Miki
fantaseaba con largas horas de tranquilidad en su estudio, Celino sentía que
los agresores se salían con la suya. A situaciones extremas, medidas extremas,
pensó el pequeño Celino (que a estas alturas había vuelto a ser un infante
asustadizo y confundido), y acto seguido, llamó a mamá Gorrión que, oh sorpresa,
andaba de viaje en Miami.
Y claro, pasó lo que Miki temía tanto: a mamá Gorrión se le
subió –en simultáneo- la presión, la rabia y la adrenalina. “No te preocupes,
mi darling. Esto lo soluciona mamá. Un par de llamadas y esos indios se van a
Lurigancho, habrase visto”. Y recién entonces le dio a Celino por dar pequeños
brincos de felicidad.
No pasó una semana antes de que mamá Gorrión, sin moverse de
la radiante Miami, consiguiera lo que había buscado por cielo y tierra: una
entrevista exclusiva en un programa nocturno de Lima. A nivel nacional y vía
Skype, como se hacen las entrevistas, caracho. El entrevistador era un viejo
amigo con el que, hacía ya una década, se había liado entre sábanas de cuanto
hotel miraflorino hubiera. En realidad,
más que un entrevistador era un payaso con baja autoestima y poco carisma, pero
para los efectos del caso, lo mismo da. El caso es que el payaso en ciernes
le dio a mamá Gorrión tribuna abierta para acusar y contar su versión de los
hechos. Y el Perú entero intentando explicarse qué carajos había de importante
en un par de lapos a un chibolo malcriado.
Durante 15 largos minutos mamá Gorrión despotricó contra la
pareja, acusándolos de gentuza. Por el amor de Dios, a mis hijos nadie los
toca. A mis hijos los educo yo. Por lo más sagrado, a los 13 uno se porta mal,
uno es palomilla, pero tampoco tampoco. Un lapo es -y que me disculpe Artemio y
la gran Marcha del Agua- un tema de interés nacional.
Como todos sospechan, el payaso de turno ni enterado estaba que
la producción de su programa se había tomado la libertad y el tiempo de buscar
a los acusados. Horror, gritaba la cara de mamá gorrión y el payaso de baja
autoestima. Antes de pasar el VTR, el conductor del programa hace una prolongada
pausa, al tiempo que dibuja una mueca de miedo o terror (Gorrión, por lo que más quieras, yo no sabía
de esto).
Se lanza el tape y aparecen los sindicados. La pareja se
defiende, aunque acepta la agresión infringida al pequeño Celino. “Los chibolos
no paraban de hacer alboroto, así que me acerqué a recriminarles y a pedirles
silencio”, relata la acusada. “No solo no hicieron caso, sino que me
insultaron. Me dijeron serrana y me mentaron la madre”. (La cara de mamá
Gorrión permanece incólume, como si aquella revelación no le sorprendiera en lo
más mínimo). “Entonces le metí una cachetada, por faltoso y malcriado. Al
toque, el chiquillo me respondió con un puñete”. El conyugue de la declarante,
también acusado de agredir al pequeño Celino, arremete “Estaban encapuchados. Pensé
que eran unos pirañas” (mamá Gorrión entonces abre los ojos hasta donde se
pueden abrir unos ojos, indignadísima). “Me dijeron serrano, cholo, indio. Así
que lo saqué de los pelos de la sala”. Y mamá gorrión que, a través de la
pantalla, que a través del Skype, que a través de su Apple Air a desde Miami,
se indigna más y más, y pareciera que va explotar. Entonces replica. “Yo no me
voy a poner al nivel de ese señor”.
Y es que mamá Gorrión tiene razón. Que la justicia sea
ciega, sorda y muda para los veintitantos millones de peruanos, ok, pasa y vaya.
Pero que lo sea además en los casos de figuras públicas de la tele, por el amor
de Dios. “Si estuviéramos en Estados Unidos, estos señores estarían en la cárcel”
devela mamá Gorrión, otra vez indignadísima. Y si pues. Si estuviéramos. Pero
no estamos. O sí, tu sí estás en los Unites. Pero el lapo al pequeño Celino es made in Perú, y orgulloso de serlo.
No pasan 12 horas y ya el tema está en redes sociales y en
la mayoría de diarios de circulación nacional. Lima se polariza y, por unas
horas, no importa si eres de derechas o izquierdas, sino si defiendes a una
madre que busca justicia, o a una pareja víctima de insultos racistas
provenientes de un mocoso malcriado.
Todo termina mal, muy mal. Luego de una extraña reunión
entre mamá Gorrión –que molestísima, tuvo que adelantar su regreso y por ende
acortar sus delis vacaciones- y la pareja sindicada como los agresores, el caso
pasa a foja cero. Maikel Morantes y esposa convocan a una conferencia pública,
en la que aceptan haber agredido sin razón alguna al retoño de la señora mamá
Gorrión. Niegan sus afirmaciones iniciales, y es que todo fue una confusión. El
pequeño Celino nunca dijo serrano, nunca insultó. Nosotros fuimos los salvajes,
y le pedimos disculpas a todo el Perú.
Lo increíble es que pareciera que la honestidad es rentable,
pues los Morales han inaugurado, de buenas a primeras y sin aparentes ahorros,
una fuente de soda a todo dar.
La verdad paga, eso dicen.
La mentira, en cambio, solo trae fuentes de soda y camisas
de diseñador.
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