miércoles, 15 de febrero de 2012

CELINO Y GORRIÓN


Digamos que el pequeño Celino acaba de llegar del cine. Está furibundo, perturbado. La rabia le sale a borbotones, así que irrumpe -raudo y desquiciado- en el estudio del buen Miki, su padre. Con lágrimas de impotencia surcándole el rostro, el pequeño Celino se deshace en un relato lacrimógeno: Celino y sus amigos han sido agredidos cobardemente por una pareja a la que poco le importó que sus enemigos de turnos fueran inocentes púberes. Adolescentes imberbes, que no hacían más que reírse y susurrar durante la función de alguna película de acción que de todos modos no valía la pena. Alguna risa exagerada ofuscó a la mujer detrás del grupete, y esto habría desencadenado su furia. Al pobre Celino le habría tocado la peor parte: un par de lapos, una sonora cachetada y una jalada de pelo que colmó la paciencia de los pequeños cinéfilos.

Miki, aturdido y presionado por la indignación de su retoño, no tiene más remedio levantarse de su silla giratoria y abandonar su estudio de música, para dirigirse a la comisaría más cercana. El niño-púber-adolescente (según convenga) acaba de amenazar a papá con contarle el incidente -con pelos y señas- a su señora madre. Miki sabe mucho de los arranques de la señora, así que cede y entiende que su tranquilidad depende de qué tan bueno sea con su hijo. Entonces, siguiendo al pie de la letra las instrucciones de Celino (que a estas alturas ha dejado de ser un inocente púber para convertirse en un aplomado y maduro adolescente), papa Miki entabla una denuncia, en la que acusa a una pareja de haber agredido cobardemente a su hijo. Luego de relatar los hechos, el policía de turno muestra a Miki un papel impreso, en el que se lee la denuncia que acaba de suscribir. Miki la lee con detenimiento, hace un ademán de afirmación, y cree que todo ha terminado.

El caso es que Celino heredó –en mala hora- el temperamento de mamá Gorrión.  Y mientras Miki fantaseaba con largas horas de tranquilidad en su estudio, Celino sentía que los agresores se salían con la suya. A situaciones extremas, medidas extremas, pensó el pequeño Celino (que a estas alturas había vuelto a ser un infante asustadizo y confundido), y acto seguido, llamó a mamá Gorrión que, oh sorpresa, andaba de viaje en Miami.

Y claro, pasó lo que Miki temía tanto: a mamá Gorrión se le subió –en simultáneo- la presión, la rabia y la adrenalina. “No te preocupes, mi darling. Esto lo soluciona mamá. Un par de llamadas y esos indios se van a Lurigancho, habrase visto”. Y recién entonces le dio a Celino por dar pequeños brincos de felicidad.


No pasó una semana antes de que mamá Gorrión, sin moverse de la radiante Miami, consiguiera lo que había buscado por cielo y tierra: una entrevista exclusiva en un programa nocturno de Lima. A nivel nacional y vía Skype, como se hacen las entrevistas, caracho. El entrevistador era un viejo amigo con el que, hacía ya una década, se había liado entre sábanas de cuanto hotel miraflorino hubiera.  En realidad, más que un entrevistador era un payaso con baja autoestima y poco carisma, pero para los efectos del caso, lo mismo da. El caso es que el payaso en ciernes le dio a mamá Gorrión tribuna abierta para acusar y contar su versión de los hechos. Y el Perú entero intentando explicarse qué carajos había de importante en un par de lapos a un chibolo malcriado.  

Durante 15 largos minutos mamá Gorrión despotricó contra la pareja, acusándolos de gentuza. Por el amor de Dios, a mis hijos nadie los toca. A mis hijos los educo yo. Por lo más sagrado, a los 13 uno se porta mal, uno es palomilla, pero tampoco tampoco. Un lapo es -y que me disculpe Artemio y la gran Marcha del Agua- un tema de interés nacional.

Como todos sospechan, el payaso de turno ni enterado estaba que la producción de su programa se había tomado la libertad y el tiempo de buscar a los acusados. Horror, gritaba la cara de mamá gorrión y el payaso de baja autoestima. Antes de pasar el VTR, el conductor del programa hace una prolongada pausa, al tiempo que dibuja una mueca de miedo o terror  (Gorrión, por lo que más quieras, yo no sabía de esto).

Se lanza el tape y aparecen los sindicados. La pareja se defiende, aunque acepta la agresión infringida al pequeño Celino. “Los chibolos no paraban de hacer alboroto, así que me acerqué a recriminarles y a pedirles silencio”, relata la acusada. “No solo no hicieron caso, sino que me insultaron. Me dijeron serrana y me mentaron la madre”. (La cara de mamá Gorrión permanece incólume, como si aquella revelación no le sorprendiera en lo más mínimo). “Entonces le metí una cachetada, por faltoso y malcriado. Al toque, el chiquillo me respondió con un puñete”. El conyugue de la declarante, también acusado de agredir al pequeño Celino, arremete “Estaban encapuchados. Pensé que eran unos pirañas” (mamá Gorrión entonces abre los ojos hasta donde se pueden abrir unos ojos, indignadísima). “Me dijeron serrano, cholo, indio. Así que lo saqué de los pelos de la sala”. Y mamá gorrión que, a través de la pantalla, que a través del Skype, que a través de su Apple Air a desde Miami, se indigna más y más, y pareciera que va explotar. Entonces replica. “Yo no me voy a poner al nivel de ese señor”.

Y es que mamá Gorrión tiene razón. Que la justicia sea ciega, sorda y muda para los veintitantos millones de peruanos, ok, pasa y vaya. Pero que lo sea además en los casos de figuras públicas de la tele, por el amor de Dios. “Si estuviéramos en Estados Unidos, estos señores estarían en la cárcel” devela mamá Gorrión, otra vez indignadísima. Y si pues. Si estuviéramos. Pero no estamos. O sí, tu sí estás en los Unites. Pero el lapo al pequeño Celino es made in Perú, y orgulloso de serlo.

No pasan 12 horas y ya el tema está en redes sociales y en la mayoría de diarios de circulación nacional. Lima se polariza y, por unas horas, no importa si eres de derechas o izquierdas, sino si defiendes a una madre que busca justicia, o a una pareja víctima de insultos racistas provenientes de un mocoso malcriado.

Todo termina mal, muy mal. Luego de una extraña reunión entre mamá Gorrión –que molestísima, tuvo que adelantar su regreso y por ende acortar sus delis vacaciones- y la pareja sindicada como los agresores, el caso pasa a foja cero. Maikel Morantes y esposa convocan a una conferencia pública, en la que aceptan haber agredido sin razón alguna al retoño de la señora mamá Gorrión. Niegan sus afirmaciones iniciales, y es que todo fue una confusión. El pequeño Celino nunca dijo serrano, nunca insultó. Nosotros fuimos los salvajes, y le pedimos disculpas a todo el Perú.

Lo increíble es que pareciera que la honestidad es rentable, pues los Morales han inaugurado, de buenas a primeras y sin aparentes ahorros, una fuente de soda a todo dar.

La verdad paga, eso dicen.
La mentira, en cambio, solo trae fuentes de soda y camisas de diseñador.

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