martes, 10 de noviembre de 2009

NO SEAS PAVO ESTA NAVIDAD

Cecilia Podestá (Ayacucho, 1981) inicia su poemario “La primera anunciación” con una frase cargada de espíritu navideño: “Yo quiero que ese niño nazca muerto, María. Poco me importa ser el padre de un salvador”. Y lógico. Si al pobre José lo estaban haciendo cholito con el cuento del señor arcángel. Si te gusta la Navidad, por favor, antes de tanta alharaca, ponte un ratito en las sandalias del buen “San” José.




Pocos días antes del 25 de diciembre aquél, el esposo de María tendría que haber sufrido de espasmos de lo más dolorosos, proyectándose un futuro aterrador, en el que se celebraría año a año –con árboles nevados, señores barbados y regordetes, panteón y puré de manzana- los señores cuernos con los que la “virgen” adornó aquella vez a José, antes incluso que el carpintero de Belén consumara del todo su joven matrimonio.

Ahora, tampoco es que José fuera demasiado perspicaz. Si bien los hombres solemos ser los últimos en enterarnos de lo que hacen o dejan de hacer nuestras mujeres, la excusa de un ángel anunciando un embarazo puro y divino, como que no cuadra. No hace falta imaginar las mil y una bromas de las que debió ser objeto en Nazaret por aquéllos tiempos. Sus compinches, carpinteros machistas y fornidos, deben de haber estallado en carcajadas cuando José, todavía incrédulo, les daba la buena nueva. Dicen que ya por ese entonces había, en Nazaret, un par de muchachos de nombre Salvador, quienes se adjudicaron las más alocadas sesiones sexuales en compañía de la jovial María. Pero claro, el buen José debía de tomarse con fuerza los testículos y ser fuerte. Asumir con humildad esta prueba del señor…. Y seguir creyendo que su joven y lozana esposa no era una forajida sino una mismísima santa, la más santa de todas las santas, la grandísima santa por sobre todas.

Hoy la Navidad es igual de contradictoria que en tiempos de José y María. En nuestra roída Lima celebramos bebiendo chocolate caliente en shorts y adornando nuestras casas con luces chillonas, árboles nevados y representaciones varias de un gordo señor que a la Coca Cola, allá por los años 30, se le ocurrió crear para mejorar sus ventas por estas épocas del año. Quizá lo único que de alguna forma nos traiga el recuerdo de aquél 25 de diciembre del año cero sea la vedette de cada cena navideña en el Perú. Y es que ese José de pavo algo tenía.

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